Primera Gran Tenida de Instrucción en Primera Cámara

Sucedió como suceden las primeras cosas: con entusiasmo y candor. Muy temprano y muy puntuales, llegaron los Hermanos a compartir café con pan, con risas y voces altas. “Yo soy Eduardo”, dijo alguno; “yo trabajo en Cerro”, dijo otro; “¡qué gusto!”, dijimos todos, y esto último no es fácil de lograr.
Los Aprendices debieron apurar su café: el Gran Maestro de Ceremonias prepararía el Templo, y ellos estaban invitados a verlo trabajar. Mientras tanto, el Muy Respetable Gran Maestro repartía tareas a los Maestros, y conseguía con palabras y gestos, dar un tono cercano y ligero al trabajo. “La intención hoy es fraternizar”, dijo en varios momentos, y lo conseguimos a cabalidad.
El ingreso el Templo fue con ritual, y una vez instalados hubo un momento de sosiego… de un sonoro caos pasamos al orden silente, como señala la liturgia, y nos preparamos para comenzar.
En ese momento, llamaron a la puerta como llama un Hermano; alguno llegaba con ligero retraso, y lo recibimos con gusto: éramos un grupo de excursionistas a punto de emprender la marcha, y de último momento recibíamos dos ojos más.
El Templo lucía lleno, con diez tres y nueve sietes, de cinco diferentes talleres. Se anunció que veríamos diversas formas de llevar a cabo la Tenida, y que quizá alguna no correspondiera exactamente a la propia, pero que esa diversidad debería nutrirnos, no incomodarnos: una de las metas del viaje que estábamos comenzando, es la uniformidad y estándar para este Oriente, y habremos de llegar a ello con holgura, pacientes y enriquecidos.
El primer saco rebosó esbozos y trazados; se leyeron varios, y otros tantos debieron permanecer bajo mallete, por razón de tiempo; sonaron aplausos para cada discurso, y con cada uno la luz se nos hizo más viva y gentil: estábamos entre Hermanos.
Del segundo saco jamás sabremos su monto: se identificó al Aprendiz más novato, y se le entregó el recurso para realizar una obra filantrópica, a su juicio y ejecución. Verlo ahí, recibiendo la responsabilidad con aplomo y sencillez, nos recordó a todos los presentes qué somos los Masones: hombres comunes, capaces de hacer lo correcto en forma oportuna, sin más ceremonia que un saludo.
Se anunció que un último Trazado, y el desbaste de todos los Trabajos, se realizaría en familia, por lo que la labor en el Templo cesó conforme al rito: tomados de las manos, reconociéndonos como constructores, y apreciándonos como Hermanos.
Ya en familia se repartieron suertes y libros, se apuntaron rumbos, se marcaron tiempos. Las reflexiones, las risas, y los últimos bocados, dieron paso a las partidas discretas de quienes ya eran apremiados por tareas profanas, y finalmente a la despedida grupal.
Recuerdo sólo algunos nombres, pero todos los rostros; recuerdo también los temas trabajados, aunque la mayoría de los detalles ya me eluden hoy; y sobre todas las cosas, recuerdo la escena general, el aroma del café, las voces y los pasos… y me hace muy feliz haber estado ahí en ese momento: ser pionero es bueno; serlo en compañía de ustedes, es mejor.

Crónica: QH Sergio Francisco Zacarías Pérez

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp